Sí, sí, repetimos
cartel. Tras el conciertazo que nos brindaron la pasada primavera,
Enablers y doss vuelven a actuar
juntos en la capital. No se nos ocurre mejor texto para presentároslo
que la crítica de su anterior visita aparecida en el
numero 228 de la revista Ruta 66, creada por Luis Boullosa:
“Hay quien paga cien euros por ver a los Stones y quien
paga siete por los Enablers. Yo, y los que
llenaron Siroco aquel sábado de abril, soy de los que
se ahorran 93 para gastar en vicios y la angustiosa visión
de la decrepitud vitoreada. Y de los que ganan, de paso, un
extasiado vistazo a un arte vivo desarrollándose frente
a uno en toda su gloriosa, oscura luminosidad.
Abrieron doss (ya con nuevo disco, Egometrie),
a los que cacé a mitad de pase, y que demostraron dominan
sus resortes a la perfección, capaces de lo agresivo
y lo envolvente con igual solvencia, plenos de matices, maduros
y convenciendo al personal. El tipo de música que el
underground español pide a gritos ahora que Manta Ray
van un tanto a la deriva. Es decir, arriesgada, vital, inteligente,
docta pero sin perder su impacto en discusiones bizantinas
y, además, profesional.
Pero el asunto sólo acababa de empezar. Se ha calificado
lo que hacen Enablers como “spoken
word”. Yo diría más bien que se trata
de rock & roll terminal mezclado con poesía en
proporciones letales, con una despiadada precisión
que no se veía desde que Patti Smith
aullaba poseída por Baudelaire y por su propio ego.
Una demostración inapelable de que el rock es un ente
inteligente pese a todo, en algún lugar al fondo del
vaso: retorcidos, explosivos, monolíticos, espástico,
cerebrales, la asombrosa descarga de los Posibilitadotes se
podría situar en algún lugar entre el serpenteante
e impetuoso discurso de Gallon Drunk y la
heladora contradicción de Jesús Lizard;
un lugar único, sobrevolado además a baja altura
por las sombras de Nick Cave, Jim Carrol y Tom Waits,
que su líder, el poeta Pete Simonelli,
arrastra como nubes de tormenta sobre él.
Tres veteranos de la cirugía músico-emocional
levantando con batería y dos guitarras (ni un solo)
un erizado manto de post hardcore, frío, hosco y desagradable
como la boca de un muerto para que sobre él la impagable,
fantasmal pero muy corpórea estampa de Simonelli escupa
sus recitados –literatura esquinada y compleja, pero
también hermosa- y desarrolle su explosiva gestualita
escénica, puro search&destroy mental entre Rob
Younger y Nick Cave.
Nuevos, pese a su anclaje rock. Y nuevos con los viejos
elementos -la alquimia que todos buscan y apenas unos pocos,
contados, obtienen-, los de San Francisco dieron el mejor
concierto que he visto en lo que va de año en Madrid.
Y francamente, dudo que vea otro mejor. Una terapia absolutamente
necesaria si no le tiene miedo a las palabras y eres de los
que necesitas volver a creer. En lo que sea (excepto, claro,
en los Rolling Stones)”
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